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miércoles, enero 19, 2011

Un paseo mínimo

Hace media hora que espero a mis compañeros de trabajo, era un día sábado a mediados de marzo; el plan consistía en vagar el fin de semana, o por el menos perder el día en la zona industrial de la metrópolis.

Estaba un poco dormido, la noche previa me tocó una jornada larga en el centro de cómputos; la transferencia de datos del sistema de Roaming estaba fallando, y tuve doce horas seguidas de discusiones con la operadora telefónica de Brasil.

Hoy me levanté con el llamado de uno de mis compañeros de trabajo, recordándome que eran las ocho de la mañana, y que en media hora estuviera pronto.

Los accesos a la ruta 5 estaban despejados, a no ser por algunos carros de caballos, y los camiones de Ancap que venían desde el norte.

La primera hora nos dedicamos a tomar cerveza dentro del auto, recordando viejas anécdotas del día a día de la oficina; eramos cuatro borrachos en el viejo Gol rojo; llevabamos una carpa, sobres de dormir, papitas y tres botellas de cerveza.

En un momento pasamos por una chacra, creo que la San José (o un nombre similar); y por voto mayoritario, se decidió desviar el camino y entrar el alguna bodega de vinos para "recargar pólvora".

Dio la casualidad que ese día en la Bodega que no recuerdo el nombre, se estaba realizando un paseo guiado. Veiamos dos grupos de turistas, unos brasileros y otros paraguayos; al parecer el tour consistía en degustar los vinos de la casa y degustar un asado criollo.

Por ser el más viejo del cuarteto y no estar tan entonado, me encargué de sobornar a un capataz, haciéndonos pasar como un grupo de catadores que venían a comprar algunas botellas de la reserva de la casa.

A pesar de estar un poco borrachos disfrutamos el paseo por la viña, el ver como se realizaba la vendimia, y su descarga en los silos gigantéscos del depósito central.

Aunque era pasado el mediodía, aún había una brisa casi otoñal que me hizo despabilarme; pude degustar los distintos vinos y quesos que nos ofrecían nuestros huéspedes.

En un momento y como se había corrido el rumor que eramos catadores de vinos, se nos pidió el realizar un análisis de los vinos tintos, creo que era el único de mis amigos capacitado para responder de forma un poco veraz; fruto de varias tardes de charla con un ex-compañero del liceo que trabajaba en una vinería del Centro, el cual me había educado acerca de las bondades del vino.

Aunque no llegó a ser una celebración en nombre del dios Baco, o saliera un fiesta Dionísica , el humor de grupo dio un poco la nota cómica de la velada.

Entre la cata de vinos y el asado me dedique a charlarme a una de las guías turísticas, mis compañeros se concentraron en conquistar a una de las enólogas del lugar. Creo que el más fachero del grupo pudo concertar una cita para próxima semana; en cambio yo solamente había logrado recomendarle un par de libros a la guía turística, y un buen bar para escuchar blues acústico.

La velada amena terminó a las cuatro de la tarde, cuando gastamos entre los cuatro nuestros únicos ahorros en un par de cajas con Cabernet Sauvignon y un par de Tannat(s) de guarda, premiados en la última Feria de Catadores.

Aún teniamos algo de nafta en el auto para volver a la ruta y seguir nuestro camino.

sábado, diciembre 18, 2010

Taller # 1

Otra tarde saliendo del ruidoso trabajo cruzando mis manos como si estuviera rezando en el colectivo, o solo descansando luego de teclear infinitamente, textos deformes de lenguas nunca habladas por humanos.

Con las manos cruzadas, espero que terminen de subir los siguientes pasajeros, en ese lento trayecto que traza el 370, desde el Centro hasta Portones.

Siento que estoy ansioso por contar a mi terapeuta de las "novedades" de la semana, y mis deseos de dejar la lectura compulsiva, creo van doce libros en este mes.

Hoy me olvide de traer esa nueva novela de autor nacional, que lo venden como la revelación de mi generación; aunque de primera leída me parecía un ejercicio pésimo de auto-superación y esnobismo.

Manos cruzadas, con ganas de tocar una guitarra, recordando esos acordes del blues americano.

Manos cruzadas, ansiando por la piel de alguna mujer perdida por mis ejercicios involuntarios, de terquedad e inmadurez.

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Miro el espejo otra vez, y siento el peso de mi imagen, debo mejorarla; un corte de cabello y una afeitada. Siento que parezco un alma vagabunda, sin méritos, o solo despreocupado por momentos.
Creo ver otra persona en esa mirada cansada y lejana; como si estos 36 años, hubieran sido siglos.
Noto mis canas en la barba, y pienso en que es otra muestra innegable del paso del tiempo; el cual no perdona y no deja olvidar.

No es que me sienta viejo y desgastado, es que los días se hacen largos. Entre la oficina, el paseo vespertino, y las largas horas leyendo a Thomas Pynchon y su Arco Iris de Gravedad.

Espero algún día llegar a tener la paciencia de escribir las memorias de mi familia; larga historia de medias mentiras, absurdos y desencuentros; cosas propias de mentes neuróticas, o gente común con mucho tiempo, para hacerse problemas en un vaso de agua.

Veo ese rostro, y siento que soy el reflejo, o mejor dicho, soy los restos de mis ancestros, generaciones de pruebas y errores, que confundido ser, ante este reflejo nocturno.