Desistí de trabajar, y salí a comprar cigarros sin mi abrigo, caminé como un ente hasta el kiosko al costado de la plaza, había llevado el cambio justo, pero no tenía un encendedor, no me molesté en regresar por él, no tenía ganas de escuchar al imbécil que estaba a mi lado con sus interminables excusas para su trabajo, o de los comentarios de la tetas de Angelina Jolie, solo deseaba irme a casa ducharme y comer algo.
Estaba oscuro y helado, y apenas se notaba las primeras gotas de la lluvia; dos dementes tacheros puteaban y agredían a cualquier trajeado que salía de la City montevideana. Resultó gracioso, ver a tanto yuppie esquivando escupidas y pedradas. A los minutos recibí un llamado, era mi padre, había nacido mi primer sobrina; le avisé al "Jefe", que volvería en un par de horas, aunque en el fondo, ya había dado por terminada la jornada de esclavismo.
No fue nada espectacular el recorrer a pie todo el trayecto hasta el Hospital Militar. La clásica imágen de las paradas atestadas de personas, los imbéciles conductores y sus maniobras a toda velocidad, las baldosas sueltas, los linyeras escapándole a la lluvia, y el resto de la gente caminando con caras inexpresivas.
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Recuerdo la incomodidad de estar en la parte de Informes, las preguntas de rigor, la ansiedad que se genera por la espera interminable; no veía la hora de retirar la simple tarjeta de visita, y que me dejaran ir a mi destino. Creo que estuve menos de media hora, antes que apareciera el encargado del turno; se refirió a que no tenía permitido el acceso a la Sala de Maternidad, dijo algo acerca de mi lamentable estado, y que el horario de visitas era hasta las 19:00 hs.
Recién en ese momento noté que tenía el traje manchado y con un par de botones dehilachados, una barba desprolijamente afeitada, pelo despeinado, y ojeras de junkie; en rasgos generales parecía un demente recién escapado de un Hospital Psiquiatrico.
Llamaron a mi Padre; al rato lo vi acercarse, se sentía orgulloso, su primogénito le había dado una nieta; note cierto "fastidio" hacia mi. Me dio un sermón frente a la enfermera, algo de las buenas maneras, de mi impuntualidad, de mi egoismo, y otras huevadas más. No me fue fácil calmar la ira de mi progenitor, pero le hice recordar el motivo de mi visita. Recorrimos unos fríos e interminables pasillos, como siempre lo sentía distante al "viejo", no cruzamos palabra en todo el trayecto.
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El ritual familiar de los saludos, la característica soberbia de la familia política de mi hermano, y algún que otro comentario por mi lamentable estado, más las risas complices de los "míos", hicieron que me arrepintiera de haber salido de mi calvario en la oficina; de última no estaba tan mal el café rancio, y los chistes nerds de mis camaradas de tareas.
Lo que mejor recuerdo era la increíble mezcla de fatiga y felicidad de mi hermano mayor, las lágrimas y el tartamudeo de mi madre, y su inexplicable y repentina compasión hacia mi persona (que no tuvo más efecto que hacerme bajar la guardia). No recuerdo haberla visto llorar de felicidad en mucho tiempo, siempre la veía en su clásico papel de "yiddish momme", y sus interminables comentarios sarcásticos.
También el detalle no menor de la puta neumonía que me declararon en Sala de Emergencia, aún no recuerdo como llegué ahí, ni cuanto tiempo estuve. A los pocos días aún sin recobrarme y con los pulmones destrozados concurrí al bautismo de mi sobrina, parece que ese acto del destino me hizo ganar el derecho de ser el padrino de mi primer sobrina.
1 comentario:
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- David
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