Mediodía lluvioso en verano, estaba esperando al escritor argentino que venía de paseo. Quería ver el infra-mundo de Montevideo, parece que no tenía suficiente con sus triangulaciones entre Rosario, La Plata y Buenos Aires.
Hace unos meses me habia contactado con él, a través de la red de músicos de free-jazz, al parecer el tipo, era un conocedor de la escena musical local, según las críticas, yo figuraba como referente de la zona más vanguardista y ruidosa del género.
Quedé de buscarlo al puerto de Montevideo a las cuatro de la tarde, por lo que debía de salir de la rutina de escribir líneas de código, para la empresa de telecomunicaciones.
No tenía idea de que quería ver de esta gris metrópolis, en medio de la desolación de la segunda quincena de enero; todos los que no conocía por el trabajo, estaban gastando sus ahorros en el este del territorio, o en los países cercanos. Estos días solo hay oportunidad de entretenerse en algún teatro under o en los bares de barrio; lo demás que era de exclusividad para los turistas.
El día de hoy, no hay tantas tareas pendientes, ya estaba muy adelantado en los cinco proyectos que era miembro, me ocupaba solo de ver caer la lluvia que se reflejaba desde la sucia ventana. Capáz tuviera tiempo para improvisar algunas líneas de escritura en mi estación de trabajo.
A la hora comer fue a buscar una milanesa al pan, me pareció lo suficiente contundente como para darme ganas de tirarme una siesta, pero como es poco serio el ponerse a dormir en un puesto de trabajo, desistí de la idea.
En la bandeja de entrada del correo, solo tenía una petición de reunión de coordinación de tareas, un mal chiste de gallegos, y el nuevo reglamento para el acceso remoto a la red corporativa.
Eran las dos de la tarde, y parecía que no iba a llegar más la hora para escaparme a la ciudad vieja. En el chat, una compañera de trabajo se me insinuó; ya había salido un par de veces con ella, y la cosa no llegó a más que unas caricias y un poco de histeriqueo femenino.
Me llamó mi coordinador, y solicitó una reunión del grupo de trabajo para la tarde del día siguiente, al parecer quería discutir la "estrategia", o la bajada de línea que le habían dado desde la gerencia de tecnología.
Aún no tenía nada importante para hacer, y no se me ocurría nada para matar el tiempo, lo seguro era que tendría que ponerme al día con los temas más burocráticos del trabajo, o reservar una nueva cita con la psiquiatra; la cual me había diagnosticado hace un semestre "angustia y stress", por lo que debía diariamente tomar un coctel de anti-depresivos y ansiolíticos.
Revisé mis contactos web, para ver si mis amigos en el ciberespacio habían actualizado algo o para re-leer algún tema dejado a medias en días pasados.
La compañera de trabajo pasó a mi lado, traía un vestido corto muy ajustado que le quedaba demasiado bien; no quería ilusionarme mucho con el tema ya que me había enterado recientemente que estaba saliendo con un tipo mayor, y dueño de una consultora de informática.
Se me plantó a mi lado, para consultarme si la estaba al día con las nuevas normas de seguridad informática que se habían aprobado en la semana anterior. Cosa que contesté afirmativamente, pero debía aplicarlas siguiendo las órdenes de mi coordinador. En fin, cosas de la burocracia empresarial, te matan la iniciativa al primer intento.
Mientras el resto del grupo estaban ocupados con una maniobra de migración, yo me dediqué a buscar algo acerca del famoso personaje que debía acompañar por un par de días, o cuando me cansara del tipo y lo derivara a un amigo en común que estaba ocupado terminando su tercera novela de ficción, creo que una ucronía en este caso.
La obra del argentino era extensa, a pesar que nos separaban solo tres años de edad, y yo solo me dedicaba a publicar irregularmente en revistas virtuales. El personaje era un licenciado en Filosofía y también doctorado en Física. Lei un par de sus poemas, eran interesantes pero sin ser arriesgados o reales. Vendía bien sus libros, y era coleccionista de items de Kubrick, supongo que era una excentricidad debido a su ascendencia patricia.
Eran las cuatro menos cuarto, hora de salir a buscar al escritor. Había parado la lluvia, y algunos huecos entre el grisaceo degradée del cielo daban señales, que no seguiría de momento la lluvia.
Llegué al puerto, y me enteré que se habían cancelado las salidas de barcos desde Buenos Aires hasta el día siguiente. Que boludo, no había chequeado las noticias del día, que indicaban una alerta de temporal a ambas márgenes del Río de la Plata.
Aproveche mi salida temprana del trabajo, para recorrer el pasillo de los artistas, era al lado del Mercado de Puerto, y consistia en una cuadra entera con talleres de pintores y escultores. Me fijé en una pintura que me hizo acordar a Rothko pero el costo era prohibitivo. Y recordé que esas obras estan vedadas para los montevideanos, y serían presa segura, para algún richachón de Porto Alegre o San Pablo.
Entré a un bar alejado del Mercado para tomar un café con leche, y revisar en mi consola portátil las novedades acerca del conflicto en el Medio Oriente, las lluvias en Australia, y las últimas declaraciones de Alan Turing acerca de la industria informática.
El café no estaba malo, pero había un olor rancio en el bar que daban a la experiencia un toque de novela negra. Había un par de borrachos discutiendo sobre la anexión de Colombia al Mercosur, y de como seguía manteniéndose el bloqueo económico a Cuba.
Creo que sería bueno pasear un poco, antes de tomar la linea A de subterráneo en la Plaza Zabala, y hacer el trayecto hasta mi casa cerca del Palacio Legislativo.
Hoy tenía ganas de tocar el piano, como lo haría el viejo Hank, borracho y usándolo como intrumento de percusión hasta que los dedos me empezaran a sangrar un poco.